viernes, 26 de junio de 2009

Obsequio -una descripción-


Regreso a mi blog. Entre cientos de videos por hacer, dos cortometrajes qué editar, una obra para estrenar y no sé cuántas cosas más dentro de mi cabeza. Pero como mi tiempo es bastante limitado, dejaré algo que recibí el día de ayer. Metafórico el asunto. Saludos, amigos desconocidos.


Y sin embargo llovía
Sabdyel Almazán

Llovía. Llovía antes de imaginar el camino, antes de comenzar un breve escape. Llovía detrás de esa mirada taciturna. Nocturna. El camino a través del cual se desplomaban las nubes era pétreo, sinuoso, indefinido, como las luces de una bengala vistas en el horizonte. Y sin embargo; por allí caminábamos. Lento, suave, tranquilo.

Todo para descender por una colina enmarañada, por un camino recto y plano, por un sendero que alivia el cansancio de los días partidos, de los días necesarios, de las noches alocadas y las cenas de confesiones. Cenas de confesiones. Confesiones en cena de carne y salsa de colores.

Y llovía. Continuaba lloviendo, desde el alba hasta los labios. Desde los labios hasta el anochecer. De forma profunda, reflexiva. Con aromas acostumbrados al placer y con líneas por las que no se debe pasar, por las que no se debe caminar. Y sin embargo pasábamos. Sin ningún otro pensamiento que la maravillosa compañía y el sorbo tibio y encantador de una plática de cafés y cielos nublados.

Porque ¿qué es el ámbar sino el recuerdo de un sol que se oculta cansado y despierta, siempre, con el fuego naciendo de su interior? No pregunto por mi momento de luz en este camino, porque el camino ilumina más y muestra más que los pies descalzos del que lo atraviesa, del que lo recorre. De quien no quiere dejar de sumergirse en ese mar de cara preguntona y olas de gotas azules. Azules como las preguntas que jamás se responden, como las sonrisas eternas, que jamás se olvidan.